martes, 21 de julio de 2009

Tossa de Mar

21-12-2008

Todo estaba dispuesto, las cosas preparadas el día anterior esperaban a ser cargadas en el maletero del coche, el día acompañaba y así empezó todo, sólo uno de los dos sabía hacia donde nos llevaría el viento ese día.
Salimos de Barcelona por la C-32 rumbo al norte, como no habíamos desayunado por la ansiedad de salir lo más temprano posible, paramos en la primera estación de servicio con bar que vimos, no recordamos su nombre pero si la vista y el desayuno, ummm que rico, un café con leche con una caña de crema y una tarta de manzana que flipaban, la vista espectacular y la compañía lo mejor de todo.
Proseguimos nuestro viaje sorpresa decidiendo ir por la costa para disfrutar de las vistas que la ruta ofrece del mediterráneo, siempre acompañados por las vías del tres que yacen entre la carretera y el mar.

Todavía nuestra co-piloto ni se imaginaba hacia donde nos dirigíamos cuando arribamos a Blanes, una vuelta rápida y a la ruta de vuelta para luego llegar a Lloret de Mar, un pequeño pueblo costero, tranquilo y relajante en invierno.
En este lugar aprovechamos a “estirar las patas” y caminar un ratito para lo cuál subimos una montaña en cuya cima descansaban los restos de un antiguo castillo desde donde se defendía la bahía en sus épocas de esplendor.
Desde las torres del castillo podíamos contemplar una vista hermosa del pueblo y toda su costa mediterránea.
Para estas alturas nuestra co-piloto ya había adivinado el lugar de destino, claro, no quedaba otro lugar. Tossa de Mar, donde hemos arribado después del medio día.

Una vez que nuestro piloto aparcara el coche nos dirigimos al centro. Todo acompañaba el lugar, el brillante sol, la soledad, la temperatura, el ambiente que lo rodea, todo en general parecía haberse puesto de acuerdo para hacernos pasar un día maravilloso juntos.
Lo primero que hicimos fue dar un paseo bordeando la playa hasta llegar a una cala, en la cual nos posamos en una roca a tomar el sol el uno junto al otro con los rayos de sol en la cara. Era cómo si se hubiera parado el tiempo, qué relajación, qué tranquilidad, qué vistas, las olas del mar golpeando las rocas, y el sonido de estas aún lo hacían más relajante.
Después proseguimos nuestro paseo romántico. Al final del paseo encontramos un restaurante enfrente de la playa. Allí nos posamos en la terraza y nos dispusimos a comer un plato de pinchos de cerdo y una paella.
Luego del café, nos decidimos a subir al castillo que corona la pequeña montaña del pueblo, para deleitarnos con sus vistas de la cala a ambos lados del cabo. Una vuelta por la ciudad, donde aprovechamos oportunamente a realizar compras de navidad y final de la excursión, con ganas de mucho más, volvemos a casa.
Céline & Pablo Travels Book